ANCÓN UN BALNEARIO MODERNO Y ELEGANTE
Ancón fue una caleta de pescadores con talante republicano, no dejarán mentir los delfines que visitan sus 13 islas, donde –se cuenta– los piratas de la Colonia dejaron escondidos tesoros que nadie aún encuentra. Aquí desembarcó el almirante Thomas Cochrane, colorado como un sol, y los hombres de la gesta independentista, para estar más cerca de Lima y aguaitar mejor a los chapetones acantonados en el Real Felipe del Callao. Y desde Ancón partió para nunca más volver el general José de San Martín, en setiembre de 1822, cediendo la posta de la gloria a otro patilludo, Simón Bolívar.
Ranchos son amores
Los “ranchos” de madera, como nombran los pretéritos anconeros a las casonas republicanas, ubicados entre el malecón Málaga y el jirón Grau, fueron elaborados con pino traído desde Inglaterra. En uno veraneaba Andrés Avelino Cáceres y en otro vivió Ricardo Palma por cinco años. Los ranchos tomaron nueva importancia histórica a partir del 20 de octubre de 1883, cuando en este balneario adyacente al serpentín del Pasamayo se firmó el fatídico tratado con el que se finiquitó la Guerra con Chile.
Fue en el siglo pasado cuando Ancón se consolidó como espacio privilegiado para la clase alta limeña, aquí se andaba con traje blanco y sombrero. Era nuestra Costa Azul, un Miami, pero en chiquito, entre playa Ancón y playa Hermosa.En el siglo XX, la palabra glamour se posó mejor con las modas veraneantes que aparecieron tras la fundación del Casino de Ancón y el Yatch Club de Ancón, inaugurados en “los apachurrantes años cincuenta”, dixit Guillermo Thorndike, tiempo del reinado del mambo y la llegada del rocanrol.
Regatas y bikinis
Porque Lima era pacata y el Yatch Club de Ancón lo yuxtapuesto. Se impuso como centro de las actividades náuticas del país y, de paso, se convertirá en un espacio indispensable para que la minifalda, el bikini, las regatas, los esquís, los windsurf, las modas aprendidas en Europa y Estados Unidos se apreciarán mientras yates y veleros empezaron a confundirse con las humildes lanchas de los pescadores. Justamente, el himno del balneario: “Ancón, Ancón, balneario hermoso, donde una vez me enamoré. / Ancón, Ancón, playa, bahía, donde dejé mi corazón”, resume mejor con su espíritu juvenil de nueva ola, la música que inundó los atardeceres en sus malecones hace casi medio siglo.
Lo más graneado de la sociedad se reconocía en el espejo de Ancón. El domingo 31 de enero de 1960, cuando el BAP Almirante Miguel Grau llegó a costas peruanas tras un largo viaje desde Inglaterra, el presidente Manuel Prado llegó en helicóptero desde Palacio de Gobierno directo y sin escalas hasta el Yatch Club, desde donde se trasladó al flamante buque insignia con el que haría un viaje náutico de tres horas hasta el puerto del Callao y cuyo paso sería visto por más de 300,000 peruanos que hacían retretas y lucían escarapelas.
Tiempo de carnavales
El Yatch y el Casino fueron espacios donde el jet set limeño desarrolló famosas y fastuosas fiestas de carnavales cada febrero, con reinas y “bailes de tocados”, con omnipresentes máscaras y antifaces. Fiestas para adultos, jóvenes y niños.
Algo de este espíritu se mantiene, aunque a partir de la década del noventa la high life capitalina tomó sus chivas, dejó de frecuentar Ancón para mudarse a los balnearios del sur como nuevo espacio de exclusividad, pues en los años ochenta empezaron las primeras invasiones a los arenales alrededor de Ancón, afeando el horizonte veraniego.
(En la actualidad, se considera que Ancón es el equivalente a Agua Dulce: una playa popular y democrática, a donde llegan los vecinos de todos los distritos de Lima Norte).
Tren al norte
Todavía en los años cincuenta la forma de llegar era solo a través del tren que recorría los 43 kilómetros desde el corazón de Lima hasta el balneario, a cuya estación se llegaba a las seis de la tarde. (Hoy se hace la misma ruta en los “anconeros”, cústers amarillas que salen desde las inmediaciones del hospital Rebagliati y cobran 5 soles. Puede tomarle un mínimo de hora y media, todo dependerá del endemoniado tráfico de la Panamericana Norte).
Como recuerda en un artículo el periodista Domingo Tamariz Lúcar, es a partir de los años cuarenta que los edificios modernos empezaron a construirse en el balneario.
Y ahí, sobre la estación del tren del ayer se realizaría en 1968 la primera versión de famoso Festival Internacional de la Canción de Ancón, cuyo artífice fue Alejandro Miró Quesada Garland y cuya primera ganadora de la Caracola de plata fue “la flor morena de la canción criolla”, Edith Barr.
En la segunda edición, al año siguiente, ganaría la cumbia “Los cien años de Macondo”, un hitazo del compositor Daniel Camino Diez Canseco en la voz de Johnny Arce, inspirado en la novela (1967) de Gabriel García Márquez, que acababa de salir del horno y revolucionaba el continente. Y en la edición de 1978 un flacucho Ricardo Montaner ocuparía un premio consuelo del cuarto lugar. En su próximo fin de semana, Ancón lo espera.
Autor: José Vadillo Vila